sábado, 18 de junio de 2011

LA ANALOGÍA ENTRE EL PADRE CELESTIAL Y EL TERRENAL


Los que gozan de la dicha de disfrutar de un padre terrenal, que lo honren, porque se merecen por lo que ellos son. Los que los tienen en el cielo, que lo  recuerden con gratitud; y aquellos que por una u otra razón son privados de un padre terrenal, no resulta buen remedio amargarse, porque esa falta lo suple el Padre Celestial.-“Pero Tú eres nuestro Padre, aunque Abraham no nos conozca ni nos reconozca Israel; tú, Señor, eres nuestro Padre; tu nombre ha sido siempre nuestro Redentor” (Isaías 63: 16).
Yo tengo la triste e indeseable experiencia de haber sido abandonado por mi padre terrenal. Nunca lo he conocido. No obstante, mi Padre celestial suplió con creces esa carencia cuando conocí a Jesucristo. Él llenó ese vacío que tornaba incompleta mi vida. Desde entonces, nunca necesité guardar rencor en contra de mi padre terrenal. Sólo el amor del Padre que me acogió y me brindó el cariño, como el apoyo, lo hizo posible. Nunca me sentí huérfano.-“Aunque mi padre y madre me dejaran,  con todo, Jehová me recogerá” (Salmos 27: 10).
El relato de la parábola del hijo pródigo ilustra, describiendo la similitud del corazón del Padre que está en los cielos, como el de la tierra:
En las prédicas sobre esta parábola (S. Lucas 15: 11 – 32), el énfasis siempre se ha enfocado en la actitud y determinación drástica y necia del hijo que dejó la casa paterna, que luego de haber malgastado la herencia recibida, reflexionó y volvió humillado, cabizbajo y arrepentido a refugiarse en la casa de su padre.
 Permítanme enfocarme en la actitud del Padre ante la agobiante contingencia:
1-    Su actitud ante el insólito pedido. (V.12). “…Les repartió los bienes”, fue la actitud del padre, como lo traza en forma lacónica la Escritura.
 Un padre posesivo, autoritario e inflexible hubiera reaccionado enfurecido, interpretando el hecho como una rebelión y ofensa a su autoridad. Con padres posesivos se incuban hijos sometidos y sin carácter, incapaces de desarrollarse; renegados y resentidos que destilan rencor y resistencia contra cualquier orden establecido. Llega a ser un inadaptado que siempre genera problemas, porque se siente incompetente para enfrentar eventualidades adversas.
Un padre consentidor, permisivo, desarrolla hijos desenfrenados, quienes creen que no existen los límites y todo el mundo tiene que allanarse a sus desmanes y apetencias. Nadie posee derechos ni consideración ante la mentalidad que ha cultivado. Sólo los tropezones y golpes recibidos pueden hacer que reflexione, vuelva en sí y emprenda el regreso por el camino de la reconciliación, al abrigo del hogar paterno, y al cambio de actitud.
Como padres debemos encontrar el punto de equilibrio entre estos extremos. - “Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal… escoge, pues, la vida para que vivas tú y tu descendencia” (Dtm. 30: 15,19). Dios nos dio libre albedrío. Este dote es una concesión Divina que nos conducirá a la vida o a la muerte. Los padres debemos transmitir a nuestros hijos pautas que los encausen a desarrollar valores, para que escojan lo correcto por  convicción y no por presión ni amedrentamiento.- “escoge, pues, la vida…”, nos insta Dios en Su Palabra.  

2-    La actitud del Padre ante la vuelta del hijo (V. 20). “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó”. El corazón del verdadero Padre no cierra las posibilidades de recuperar lo que significa parte de su ser, ni se endurece ante el extravío y fracaso del ser que ama, porque él siempre permanece a la espera, ansiando su regreso, para restituirle su posición e identidad de hijo, con todos sus privilegios.
Tiene preparado el mejor vestido para reemplazar los harapos, producto de sus delirios. Desea engarzar el anillo con el escudo de la familia que había despreciado, acto que sella la aceptación dinástica. Y calzar sus pies descalzos, resquebrajados por la intemperie de las sendas  erradas, para caminar con pasos seguros, como el que ha recuperado su linaje y dignidad.
Manda matar el becerro gordo y hace fiesta y comienza a regocijarse por haber recuperado a su hijo que había muerto y ha revivido, perdido y hallado de nuevo. Lo resaltante en el procedimiento del Padre es: la fina sabiduría en el trato con el otro hijo, quien no podía entender la actitud amorosa de su progenitor, actitud que no denotaba parcialidad ni condescendencia con el error, sino el deseo de lo que siempre latía en Su corazón: recuperar al que ÉL amaba, aunque extraviado. Ante la reticencia manifestada, le recordó su privilegio, rogándole que entrase a la fiesta.- “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas” (Vs. 28 y 31).

3-     Por analogía este padre refleja el corazón y la actitud de nuestro Padre celestial; Quien a pesar de que le hemos desairado para andar en caminos torcidos, despilfarrando todas las virtudes con las que nos ha dotado; cuando nos volvemos a Él, nos recibe con el mismo abrazo de amor y perdón, y nos devuelve todos los privilegios de hijo de Dios, como nos ilustra la conmovedora narración.
Concluimos que, un verdadero padre terrenal tendría la misma actitud del Padre Celestial: Aunque extraviados tras nuestras pasiones desordenadas, el Padre nos espera, perdona y nos restituye nuestra posición de hijo, cuando reflexionamos, volvemos a Él, y creemos en Jesucristo.  








sábado, 11 de junio de 2011

PENTECOSTÉS: JÚBILO POR LA COSECHA


El pueblo esclavo, agobiado por dura servidumbre, recibe la liberación a través de la mano fuerte del Libertador, para entrar en posesión de la tierra que fluye leche y miel. En el día de Pentecostés – cincuenta días después de la pascua – todo el pueblo traía las primicias de la cosecha, ofrenda de olor grato al Señor, ofrecida como gratitud por los frutos abundantes, producto de la tierra que el Todopoderoso había concedido a Su pueblo.
Ese día, el de Pentecostés, los discípulos de Jesús, después de la resurrección y ascensión del Maestro, ocurrió el derramamiento del Espíritu Santo; hecho trascendente que cambiaría para siempre la vida de estos sencillos hombres: Debilidad, temor y cobardía terminaría desde entonces, porque fueron investidos de poder desde  lo alto, como lo había prometido Jesús antes de Su muerte (S. Lucas 24: 49).
“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2: 1 – 4).
Pedro, el apóstol, junto con los once, se levantó ante una multitud sorprendida y confusa por el fenómeno ocurrido, y predicó con la investidura del poder que se había posesionado de él. Ya no era el hombre pusilánime, que ante la presión del ambiente adverso había negado a su Maestro. Ahora hablaba y enfrentaba la situación con poder y autoridad, porque el Espíritu Santo había tomado posesión de su vida.
La cosecha, las primicias, ese día fue abundante, como tres mil personas, compungidas de corazón, tocadas por el Espíritu, dijeron a Pedro: ¿Qué haremos? Estos, algunos participantes directos de la muerte de Jesús, se arrepintieron de sus pecados, nacieron de nuevo, se bautizaron y recibieron la promesa del don del Espíritu Santo y se añadieron al Reino de Dios.
Pentecostés es mucho más que un día especial para recordar. Significa la llenura de Su Espíritu, el que había sido prometido por Jesús y sus apóstoles. – “Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hechos 2: 39). Significa que ese poder es el único eficaz para romper la dureza de los corazones que se oponen a los designios de Dios. Porque nuestras fuerzas e inteligencia no alcanzan. Sólo la fuerza sobrenatural del Espíritu puede quebrantar al hombre y darle conciencia de pecado, para encontrar el remedio que sanará sus heridas: Jesucristo. 
Hoy, todos necesitamos esta llenura, la investidura del poder de Dios, para ser testigos verdaderos de Jesucristo. Es para ti, mi hermano, porque así Él lo prometió.

domingo, 5 de junio de 2011

ESPÍRITU DE ADOPCIÓN Y NATURALEZA DIVINA


“Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”  (Rom. 8: 15-16).
La dádiva de la adopción conlleva la liberación de todo temor e inseguridad, al que Pablo lo llama espíritu de esclavitud, este nos inhibe para gozar de la plenitud de la vida cristiana. El espíritu de adopción nos hace exclamar la expresión de confianza: ¡Abba, Padre! Palabra de intimidad; de relacionamiento, de cercanía que se da en la consanguineidad. La naturaleza pecaminosa ya no resalta en nosotros, porque hemos nacido de nuevo, por el Espíritu; estamos unidos a Él y cubierto por la sangre de Jesús.
Pedro nos aclara, que mediante el conocimiento de Aquel que nos llamó, nos han sido dadas grandísimas promesas; y, la más grande de todas: llegamos a ser participantes de la naturaleza divina. “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”  (2Pedro 1: 3-4).
Es entonces cuando podemos adorar a Dios en espíritu y en verdad, porque nuestro espíritu tiene contacto con el Espíritu y nos da la certeza de la consanguineidad - “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”  (Rom.8: 16). Hay en nuestro interior un testimonio que nos da la seguridad de que somos hijos de Dios. Todos los bienes que tiene el Padre, nos pertenece. “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”  (Romanos 8:17-18). Y aunque nos acosen con impetuosidad andanadas de sufrimientos, el Espíritu de adopción nos mantiene gozosos.
El status de hijo, al cual nos ha posicionado el Padre, hace que podamos enfrentar cualquier situación con la altura y el poder con la que hemos sido dotados, por lo que somos en Él. Siempre en las batallas que enfrentamos a diario vamos a salir victoriosos.
 “porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1Juan 4: 4), es el blindaje Divino prometido para un hijo de Dios.

miércoles, 1 de junio de 2011

Tú debes saldar tu deuda



Nuestra sociedad actual, con sus diferentes y complejas necesidades, aunque estas provengan de sus desaciertos, es merecedora de una respuesta adecuada de parte de la iglesia. Jesús, cuando vio a las multitudes dispersas como ovejas que no tienen pastor, tuvo compasión de ellas. Además, Él avanzó más allá de los sentimientos y dio la respuesta adecuada a las necesidades: Los que habían errado en el pecado, al encontrarse con Él recibían perdón; los enfermos eran sanados y los afligidos consolados. Nunca alguien salió vacío de Su presencia.

Aún los religiosos y opositores fanáticos eran objetos de la atención del Maestro. Aunque eran duras las palabras que les fueron dirigidas, estaban impregnadas con amor. Eran  adecuadas y oportunas, las que apuntaban a revertir la dureza de sus corazones. Siempre daba el remedio que sana. En todos los casos, lo que hacía Jesús apuntaba a reconciliar al hombre con Dios.

Hoy, en medio de tantas nebulosas y rumbos inciertos, se hace necesario que la iglesia se replantee estas preguntas: ¿Cuál es nuestra función en este mundo? ¿Qué es lo que debemos a nuestra sociedad para saldar con ella nuestra deuda? Pablo, el apóstol, nos clarifica: “Nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación” (2 Cor.5: 18).  Pedro, el apóstol, nos muestra para qué existimos, cuál es nuestra misión primordial en el mundo: Para que anunciéis las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1Pedro 2: 9).

“A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor” (Rom. 1: 14). Somos deudores a todos los segmentos de nuestra sociedad. Las necesidades del alma van más allá de la indigencia económica, o de la estrechez intelectual. Envuelve a los llamados estratos alto, como al que vive en extrema pobreza, el que está situado por debajo de lo mínimo. Por tanto, somos deudores a todos ellos.

A nuestra sociedad no debemos una respuesta científica; aporte de ideas políticas; solución a la destartalada economía; ni aun forzar el cambio de los sistemas corruptos imperantes. Estos apenas son las consecuencias de la ruptura de relaciones del hombre con su Creador. Lo que urge es  la reconciliación personal del hombre con Dios. Sólo el hombre nuevo puede traer la esperanza de un mundo nuevo.

 Esta es nuestra deuda pendiente que debemos saldar.