Los que gozan de la dicha de disfrutar de un padre terrenal, que lo honren, porque se merecen por lo que ellos son. Los que los tienen en el cielo, que lo recuerden con gratitud; y aquellos que por una u otra razón son privados de un padre terrenal, no resulta buen remedio amargarse, porque esa falta lo suple el Padre Celestial.-“Pero Tú eres nuestro Padre, aunque Abraham no nos conozca ni nos reconozca Israel; tú, Señor, eres nuestro Padre; tu nombre ha sido siempre nuestro Redentor” (Isaías 63: 16).
Yo tengo la triste e indeseable experiencia de haber sido abandonado por mi padre terrenal. Nunca lo he conocido. No obstante, mi Padre celestial suplió con creces esa carencia cuando conocí a Jesucristo. Él llenó ese vacío que tornaba incompleta mi vida. Desde entonces, nunca necesité guardar rencor en contra de mi padre terrenal. Sólo el amor del Padre que me acogió y me brindó el cariño, como el apoyo, lo hizo posible. Nunca me sentí huérfano.-“Aunque mi padre y madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá” (Salmos 27: 10).
El relato de la parábola del hijo pródigo ilustra, describiendo la similitud del corazón del Padre que está en los cielos, como el de la tierra:
En las prédicas sobre esta parábola (S. Lucas 15: 11 – 32), el énfasis siempre se ha enfocado en la actitud y determinación drástica y necia del hijo que dejó la casa paterna, que luego de haber malgastado la herencia recibida, reflexionó y volvió humillado, cabizbajo y arrepentido a refugiarse en la casa de su padre.
Permítanme enfocarme en la actitud del Padre ante la agobiante contingencia:
1- Su actitud ante el insólito pedido. (V.12). “…Les repartió los bienes”, fue la actitud del padre, como lo traza en forma lacónica la Escritura.
Un padre posesivo, autoritario e inflexible hubiera reaccionado enfurecido, interpretando el hecho como una rebelión y ofensa a su autoridad. Con padres posesivos se incuban hijos sometidos y sin carácter, incapaces de desarrollarse; renegados y resentidos que destilan rencor y resistencia contra cualquier orden establecido. Llega a ser un inadaptado que siempre genera problemas, porque se siente incompetente para enfrentar eventualidades adversas.
Un padre consentidor, permisivo, desarrolla hijos desenfrenados, quienes creen que no existen los límites y todo el mundo tiene que allanarse a sus desmanes y apetencias. Nadie posee derechos ni consideración ante la mentalidad que ha cultivado. Sólo los tropezones y golpes recibidos pueden hacer que reflexione, vuelva en sí y emprenda el regreso por el camino de la reconciliación, al abrigo del hogar paterno, y al cambio de actitud.
Como padres debemos encontrar el punto de equilibrio entre estos extremos. - “Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal… escoge, pues, la vida para que vivas tú y tu descendencia” (Dtm. 30: 15,19). Dios nos dio libre albedrío. Este dote es una concesión Divina que nos conducirá a la vida o a la muerte. Los padres debemos transmitir a nuestros hijos pautas que los encausen a desarrollar valores, para que escojan lo correcto por convicción y no por presión ni amedrentamiento.- “escoge, pues, la vida…”, nos insta Dios en Su Palabra.
2- La actitud del Padre ante la vuelta del hijo (V. 20). “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó”. El corazón del verdadero Padre no cierra las posibilidades de recuperar lo que significa parte de su ser, ni se endurece ante el extravío y fracaso del ser que ama, porque él siempre permanece a la espera, ansiando su regreso, para restituirle su posición e identidad de hijo, con todos sus privilegios.
Tiene preparado el mejor vestido para reemplazar los harapos, producto de sus delirios. Desea engarzar el anillo con el escudo de la familia que había despreciado, acto que sella la aceptación dinástica. Y calzar sus pies descalzos, resquebrajados por la intemperie de las sendas erradas, para caminar con pasos seguros, como el que ha recuperado su linaje y dignidad.
Manda matar el becerro gordo y hace fiesta y comienza a regocijarse por haber recuperado a su hijo que había muerto y ha revivido, perdido y hallado de nuevo. Lo resaltante en el procedimiento del Padre es: la fina sabiduría en el trato con el otro hijo, quien no podía entender la actitud amorosa de su progenitor, actitud que no denotaba parcialidad ni condescendencia con el error, sino el deseo de lo que siempre latía en Su corazón: recuperar al que ÉL amaba, aunque extraviado. Ante la reticencia manifestada, le recordó su privilegio, rogándole que entrase a la fiesta.- “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas” (Vs. 28 y 31).
3- Por analogía este padre refleja el corazón y la actitud de nuestro Padre celestial; Quien a pesar de que le hemos desairado para andar en caminos torcidos, despilfarrando todas las virtudes con las que nos ha dotado; cuando nos volvemos a Él, nos recibe con el mismo abrazo de amor y perdón, y nos devuelve todos los privilegios de hijo de Dios, como nos ilustra la conmovedora narración.
Concluimos que, un verdadero padre terrenal tendría la misma actitud del Padre Celestial: Aunque extraviados tras nuestras pasiones desordenadas, el Padre nos espera, perdona y nos restituye nuestra posición de hijo, cuando reflexionamos, volvemos a Él, y creemos en Jesucristo.