“Cuando Jesús vio a Natanael que se le acercaba, dijo de él: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño. Le dijo Natanael: ¿De dónde me conoces? Respondió Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Respondió Natanael y le dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel. Respondió Jesús y le dijo: ¿Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees? Cosas mayores que estas verás. Y le dijo: De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre” (Jn. 1: 47 – 51)
La experiencia con Dios es el primer requisito para el liderazgo. Se puede afirmar que es condición indispensable, porque es imposible captar, interpretar, ser portavoz de alguien si no le conocemos a fondo. Dicho conocimiento (de Dios) es extensivo a Su Persona, carácter, voluntad, pensamiento, poder... ¿Qué podemos decir, y mucho menos transmitir algo de un desconocido? Las proclamas, por más buenas y sustanciosas que sean, sin haberlas experimentado, llegarán a ser sólo eso: una buena proclama a nivel teórico, sin el efecto transformador que produce la Palabra vivida, digerida, experimentada y aplicada a nuestra propia vida.
Lo que Jesús quiso enseñar a Natanael apuntaba a algo de mayor trascendencia, de dimensiones más elevadas, que no se limita a una experiencia inicial con Él. “Cosas mayores que estas verás”, le anticipó. O sea, nuestra experiencia con Él debe ir en escala ascendente, y no estancarnos, conformándonos con las pequeñas experiencias del pasado; que, por supuesto, fueron valiosas para el momento. Sin embargo, Jesús nos afirma: “De aquí adelante veréis el cielo abierto”. Siempre hay un paso de mayor elevación, según la promesa de nuestro Maestro.
Analicemos tres aspectos de cómo llegar a tener experiencias con Dios, y cómo estos tendrán repercusiones en el desarrollo de nuestro liderazgo:
1 – BÚSQUEDA CON CORAZÓN SINCERO
Natanael fue calificado por Jesús como “un verdadero israelita, en quien no hay engaño”, lo cual significaba que era un hombre íntegro, sincero, quien estaba cansado de las proclamas que podrían defraudarle de nuevo, llegando al punto de cerrar su corazón y mente, en prevención a los supuestos “mesías” que proliferaban en su tiempo. “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?. Tal vez había desarrollado un fuerte mecanismo de defensa, razón por el cual objetó en forma tajante el testimonio del hallazgo del Cristo, proclamado por Felipe. Es la percepción del hombre natural, del que todavía no conoce a Cristo. Aunque Natanael era un hombre honesto, que buscaba a Dios, el cielo estaba cerrado para él con cerrojos de bronce, y en su sinceridad expresaba su desconfianza, aunque en ese momento se hallaba frente al mismísimo Hijo de Dios.
Nuestro amoroso Padre nunca defraudará al de corazón sincero, quien le busca porque ama lo auténtico, La Verdad, y desecha el engaño. “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Jn. 14: 21), afirma Jesús. En otras palabras, el que ama a Jesús tendrá manifestaciones y experiencias reales con Él. Los cerrojos que cerraban los cielos se rompen, y ve el cielo abierto, desde una perspectiva donde las manifestaciones y las experiencias con Dios son frecuentes y en escalas ascendentes. Es lo que Jesús le prometió a Natanael: “De aquí adelante veréis el cielo abierto”.
2 – LA EXPERIENCIA AFIRMA NUESTRA RELACIÓN Y FE EN DIOS.
Nadie que haya experimentado la manifestación de Dios en su vida puede quedar igual. Las verdades divinas no sólo son para aprenderlas, sino para vivirlas; y, a través de la vivencia, experimentarlas. Natanael, ante la luz de la manifestación de la Omnisciencia y Omnipresencia de Jesús, la que le llevó a expresar: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel”, se convirtió en otra persona: La duda y desconfianza dejaron de dominar su mente, se fueron de él; y lo que proclamaba ahora era algo que echó raíces en su corazón, producto de la vivencia, algo experimental que impactó su vida y afirmó su fe. Podía decir con certeza: Conozco a Dios. Sé que Él vive. Soy un testigo de su poder.
Lo mismo pasó con el decepcionado y dubitativo Tomás. Ante la afirmación de sus condiscípulos: “Al Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, no creeré” (Jn. 20: 25). Tomás no era un incrédulo, sino un discípulo vencido por una decepción circunstancial, a causa de lo que él consideraba algo insólito: La muerte de su Maestro. Jesús no lo desechó; sino le buscó y le invitó a poner su dedo en sus manos horadadas por los clavos. Experiencia que abrió los ojos de su entendimiento para entender Quién era Jesús. ¡Señor mío, y Dios mío!, exclamó. Con tal impactante experiencia, Tomás dejó de ser el dubitativo, para llegar a subir a la escale de un testigo fiel. La marca que recibió su vida con dicha experiencia duró para siempre. Fue marcado con el fuego del verdadero amor, que rectifica el rumbo y fortalece la fe debilitada, para que en adelante el servicio reciba el sello de la sanción divina, y por ende, la eficacia.
Citamos la experiencia de Tomás como un cuadro paradigmático. Lo mismo podríamos decir de Pablo, con su experiencia en el camino a Damasco; de Pedro en la pesca milagrosa; de Zaqueo por el cambio radical experimentado por su encuentro con Jesús... Estos ejemplos nos bastan para entender que Necesitamos de experiencias reales que cambien y fortalezcan nuestra fe y relación con Dios, y así ir avanzando en el conocimiento de Él.
3 – LA EXPERIENCIA NOS IMPULSA AL SERVICIO EFICAZ.
El ámbito cristiano está saturado de programas y eventos, consumidores de energías, pero estériles, donde los frutos son muy escasos, porque muchos de estos son meros espectáculos que sirven de entretenimientos, distracciones que pretenden llenar el vacío de experiencias de las que adolecen los cristianos modernos. Las iglesias actuales corren el peligro de sufrir el síndrome de los espectáculos, de eventos deslumbrantes. Estos nuevos paradigmas de “vida cristiana” sirven para pulsar, medir nuestro grado de madurez, relación con Dios, fe verdadera, motivaciones y entrega al servicio encomendado por Quien nos llamó para que llevemos fruto, y nuestro fruto permanezca (Jn. 15: 16).
La Palabra de Dios nos advierte: “La tierra fructífera se convierte en estéril, por la maldad de los que la habitan”.(Sal. 107: 34). Significa que la esterilidad es sinónimo de apartarse de Dios, la que generalmente implica que tratamos de acomodar Sus propósitos a nuestras apetencias personales. Aunque la tierra sea fructífera, las actitudes humanas, apartadas del rumbo divino, conducen a la esterilidad.
Al remanente fiel, al que le busca, ama La Verdad, anhela experimentar lo que viene de la Fuente de Vida, del Trono de la Gracia, le corresponde esta promesa de La Palabra: “Regocíjate, oh estéril, la que no daba a luz; levanta canción y da voces de júbilo, la que nunca estuvo de parto; porque más son los hijos de la desamparada que los de la casada, ha dicho Jehová...” (Isaías 54: 1 – 7).
La promesa del fin de la esterilidad, se proyecta al ensanchamiento del sitio de tu tienda, cortinas y habitaciones, cuerdas y refuerzo de estacas. Es extensiva a tu descendencia, en cuanto a herencia de naciones. Incluye el fin de la confusión, vergüenza y afrenta. El remanente fiel ya no vive arrastrando sobre sus hombros la cosecha de fracasos del pasado, porque “Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias”, es Su promesa.
Busquemos lo que viene de Lo Alto, y desechemos las estériles proclamas humanas, porque sólo así nuestra marcha en la conquista de posiciones en el Reino de Dios irá en escala ascendente.