jueves, 25 de noviembre de 2010

Agua Viva y Corrientes Turbias: El Agua Viva y los nuevos Paradigmas

EL AGUA VIVA Y LOS NUEVOS PARADIGMAS
El Agua Viva sale del Santuario, brota de debajo del umbral de la Casa de Dios (Ez. 47:1-12).  Su procedencia es eterna.  Se origina en Su misma Presencia.  Fluye desde el Trono de La Gracia.  Patentiza el favor que es derramado del cielo a la tierra.  Identifica la buena voluntad de Dios para con los hombres.  Cuando alguno decide adentrarse en las profundidades de Ese Río, nadando en Su corriente, la liberación que transmite sus mansas Aguas Salutíferas, revierte el sombrío pasado en promisoria esperanza y fructíferas realizaciones.  Es cuando las aguas amargas de las experiencias negativas se sanan, se tornan dulces y la vida llega a tener un sabor diferente habiendo encontrado su cauce en Jesucristo.
La pugna, a través de los siglos, entre lo divino y lo humano constantemente se ha caracterizado por el deseo de Dios de que el hombre beba por siempre de Agua Viva, y la búsqueda del hombre de nuevos paradigmas que lo suplanten.  Al raciocinio humano, a la mente que no fue renovada por el Espíritu Santo le parece un arcaísmo seguir bebiendo de una fuente tan rústica, entonces busca abrir nuevas corrientes que, en su propia opinión, les parece más acordes con la evolución de los tiempos, aunque en tales intentos no siempre ha hallado la respuesta buscada.  Jeremías lo describe con estas palabras: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua” (Jer. 2:13).  Dos males que necesitamos identificarlos a la luz de la Palabra, la enseñanza de la historia y las experiencias actuales.  En esta tarea no debemos pecar de ultra conservadores, porque con esta actitud estaríamos atribuyendo a Dios un estatismo que a Él no le caracteriza.  Nuestro Dios se mueve y hace cosas nuevas cada día (Is. 43:19).  Tampoco caer en el esnobismo (imitar lo que nos parece distinguido y de moda), asemejándonos a los atenienses, “…que en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo” (Hech. 17:21).  Debemos predisponer nuestra mente para asimilar los cambios constantes que ocurren de día en día si queremos enfrentar con eficacia los nuevos desafíos.  Así también como para no ceder ni un milímetro a lo que no puede cambiar jamás ni una jota ni una tilde, lo que es inmutable: Los principios eternos de nuestro Padre, expresados en las Escrituras.
Analicemos el primero de los males: “Me dejaron a mí, fuente de agua viva”.  No podemos concebir la idea de que los israelitas declaraban que ya no creían en Jehová.  La mayoría seguían proclamando una adherencia nominal (que tiene nombre de algo y le falta la realidad de ello en todo o en parte), porque Jehová era el Dios nacional, pero a todas luces estaban bebiendo de otras fuentes.  Ya no bebían de la Fuente de Agua Viva.  El mal no radicaba en lo que decían creer, sino a cuáles fuentes recurrían.  Dicha actitud era calificada por Dios como “Me dejaron a mí”.  Se asemeja a la infidelidad conyugal, cuando una de las partes ha quebrantado su pacto de fidelidad y la relación ha quedado rota, pero por los hijos, factores económicos, imagen ante la sociedad… siguen habitando bajo el mismo techo, hasta durmiendo en la misma cama, en apariencia siguen siendo un matrimonio pero en la realidad ya no lo son.  El amor, la pertenencia del uno al otro ya es cosa del pasado, el vínculo, la intimidad y la confianza mutua ya no existen; el infiel ha encontrado otra fuente donde beber.  Se han dejado, aunque comparten el mismo espacio físico.  Es la radiografía revelada por Aquél que tiene ojos como llamas de fuego a los israelitas y que nos atañe a nosotros.
El segundo mal era: “Cavaron para sí cisternas”.  Una manera muy común para juntar agua de las lluvias caídas es cavando cisternas (tajamares), donde después de cada aguacero las diferentes corrientes desembocan para depositar en el reservorio el líquido, que servirá para la subsistencia de hombres, animales y plantas.  Proporciona un  provecho temporal, aunque con el tiempo se evapora el agua, y en épocas de sequía la tierra se resquebraja y el agua se filtra debajo de la tierra, vaciando la cisterna, entonces, lo poco que queda, se vuelve turbia y contaminada por larvas, bacterias y alimañas, y llegado este punto se vuelve inutilizable.
“Cavaron para sí cisternas” identifica al pueblo infiel que su confianza oscilaba entre Egipto, Asiria y Babilonia, las que eran corrientes de poder donde se apoyaban, bebían de sus aguas y ellas les proporcionaba alivio temporal, a costa del repudio de Dios por haber recurrido a otras fuentes (Jer. 2:18).  Dicha actitud es comparable a las diferentes corrientes religiosas que emergen de tiempo en tiempo, generalmente para reflotar doctrinas y prácticas que habían sido relegadas, olvidadas, o dejadas de lado por extemporáneas.  Muchas veces como reacción a la condición imperante de la época, caracterizada generalmente por sequía espiritual y anhelos de renovación.  Algunas, mientras bebían de La Fuente, impartieron nueva vida y renovada frescura.  Otras, las que cavaron para sí cisternas, sus propuestas, porque no procedían de La Fuente, no cumplieron su cometido ni pudieron arraigarse, y por su intrascendencia e inconsistencia se extinguieron como toda planta que no plantó El Padre.  Eran cisternas rotas que no retienen agua.
No se puede catalogar a las corrientes como malas en sí mismas, sino que el mal radica en las pretensiones de suplantar al Agua Viva – cavando cisternas, cuando la corriente pugna por constituirse en un todo y erigirse por encima de La Fuente.  “Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz” (Sal. 36:9), nos afirma el salmista.  El rumbo más seguro, el que no puede errar la dirección, nos indica el autor de los Hebreos: “Puestos los ojos en Jesús…” (Heb. 12:2).  Es entonces cuando la mira está puesta en el objetivo y no corremos ningún peligro de equivocarnos de fuente.  Las corrientes no podrán arrastrarnos, porque nadando en la Corriente Divina siempre estaremos apuntando en dirección de La Fuente.  La promesa de nuestro amoroso Padre es: “Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan (Is. 58:11).

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