viernes, 26 de noviembre de 2010

Agua Viva y Corrientes Turbias: El Agua Viva Sana y Produce Frutos

EL AGUA VIVA SANA Y PRODUCE FRUTOS
Existe una evidencia que identifica al Agua Viva, a las aguas cuya procedencia se origina en el Trono de la Gracia: “…Y entrarán en el mar; y entradas en el mar, recibirán sanidad las aguas” “…por haber entrado allá esta agua, y recibirán sanidad; y vivirá todo lo que entrare en este río” “Y junto al río, en la ribera, a uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas nunca caerán, ni faltará su fruto.  A su tiempo madurará, porque sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja para medicina” (Ez. 47:8,9,12).  El Agua Viva sana, produce frutos y vivifica, vuelve a la vida aun a lo muerto.  Se puede señalar un sinnúmero de bondades de cualquier corriente, resaltar sus aspectos positivos y hasta presentarla como panacea, pero hay una sola señal que la certifica, da la evidencia si dichas aguas son las aguas que sanan, si son las que salen del Santuario: Sus frutos. Es la señal que nos dio Jesús para distinguir entre lo falso y lo verdadero.  “Por sus frutos los conoceréis.  ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?” nos enseñó (Mt. 7:16). Las corrientes, muchas de ellas nacidas con las mejores intenciones, después de recorrer algún trecho se contaminan, se vuelven turbias porque generalmente el hombre la quiere canalizar hacia fines sectarios o represarlas para su uso personal.  Es entonces cuando se asemeja al Mar Muerto.  Y manifiesta que ha llegado a la instancia cuando desnuda su esterilidad.  Aunque luzcan de mucho volumen, formas ostentosas, pero sus frutos están lejos de ser de los que se recogen de árboles sanos (Mt. 7:17-20).  El fruto identifica al árbol.
Cuando el Río, cuyas aguas salen del Santuario, desemboca en el Mar Muerto, las aguas se vuelven dulces, porque el Agua de este Río transformará el agua salada en agua dulce.  Las aguas se sanan.  Vuelve en ella la vida, y todo lo que se mueve en sus aguas vivirá.  Junto a las orillas del Río crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas no se marchitarán, y siempre tendrán frutos.  Cada mes darán frutos nuevos, porque el agua que los riega sale del templo.  Sus frutos servirán de alimento y sus hojas serán medicinales (Ez. 47:12).  El que ha bebido del Agua Viva recibió la experiencia de la verdadera sanidad, y en su vida nunca faltan los frutos.  “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca…” (Jn. 15:16).
Blanca, una mujer relativamente joven que vivía en la ciudad de Piribebuy, donde poseemos con mi esposa una casa para descansar, era un alma cuya atormentada existencia se iba extinguiendo lentamente, agobiada por el peso de varios estigmas.  La depresión la llevó a un estado extremo.  Su rostro demacrado denunciaba claramente que los sufrimientos que debía soportar.  Su cuerpo exhibía tal flaccidez que sus huesos resaltaban debajo de su escamosa piel.  Llegó a pesar apenas cuarenta kilos.  Su aspecto era más parecido al de una anciana que había llegado al límite de su existencia terrenal, de aquel que sólo espera el desenlace final.  Ella era nuestra vecina y en cierto modo su dolor nos afectaba.  Un día mi esposa, Catalina, acompañada de otra hermana, Mary, decidieron llegar junto a ella y ofrecerle el Agua Viva, el Agua que sana.  Ella aceptó.  Bebió de el y fue sanada completamente.  En poco tiempo recuperó la normalidad de su vida.  Su esposo, hijos y otros parientes fueron también alcanzados por la Corriente Divina, constituyéndose en las primicias de una pujante iglesia en dicha ciudad.  Hoy, Blanca, con su familia, sirven gozosos al dador de la Vida, anunciando que el Agua Viva sana y da vida a los que ya están muertos en vida.  El Agua que procede de La Fuente al saciar la sed del alma, sana, da vida y produce frutos abundantes (Ez. 47:9).
Un domingo, durante nuestra meditación personal, dije a mi esposa: “A pesar de los momentos difíciles que nuestro Dios permitió que atravesáramos, en Su Palabra tiene para nosotros y para Su Pueblo lo que hoy necesitamos, y leímos juntos: “Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos” (Is. 44:3).  Esa misma mañana, en la iglesia, un consiervo me dijo: “Mi suegra me envió un verso de La Palabra y quiero compartir contigo. ¡Era el mismo versículo!  Sin duda el Soberano nos está hablando hoy del Agua Viva que fluye de Su Presencia y el Rio de Dios está corriendo para vivificarnos.  El libro de Apocalipsis, escrito con el cual concluye el canon de la revelación divina, en el último capítulo resalta la invitación y el clamor de Jesús: “Y el Espíritu y la esposa dicen: Ven.  Y el que oye, diga: Ven.  Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Ap. 22:17).

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