“Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo. También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró. Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera. Así será al fin del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. Jesús les dijo: ¿Habéis entendido todas estas cosas? Ellos respondieron: Sí, Señor. El les dijo: Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” (Mateo 13: 44 – 52).
El tesoro escondido en un campo “Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo” (V. 44)
Escondido de muchos entendidos. Revelado a los humildes. “En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (Mt. 11: 25). Es interesante notar que los parámetros Divinos no siempre concuerdan con los nuestros. Nuestro razonamiento sería: ¿Para qué perder tiempo con la gente ignorante, si con la conquista de la clase intelectual e influyente, estos con facilidad conquistarán a los demás, permeará a la clase humilde y les hará entender Mí Palabra? La mensura en el Reino De Dios no pasa por el intelecto, sino por la revelación, que Jesucristo trajo a este mundo: El conocimiento de Dios a través de Su persona, y se revela a los niños; quienes creen La Palabra con sencillez de corazón, sin racionalizar con demasía.
¿Cuál puede ser el elemento que representa el máximo valor para nosotros? ¿Hacia dónde apuntamos para satisfacer lo que nuestra alma anhela? Aquello por lo cual nos afanamos, lo que nos parece que al encontrarlo, satisfarían nuestras ansiedades, la aspiración del corazón quedarían cumplidos, para disfrutar la vida a plenitud.
El hombre de nuestro relato bíblico encontró el tesoro – lo que ansiaba tener – en el lugar donde menos imaginaba: Un campo, que a los ojos naturales no contendría nada de valor. El petróleo y los metales preciosos, que se encuentran en las profundidades de la tierra, se hallan en campos estériles y tierras que en su exterior no aparentan lo que atesora en su interior.
¿Qué hizo este hombre? Vendió todo: Casa, auto, muebles… Discutió con la esposa, tal vez, y compró este campo; la que ella, sin entender, interpretó como otra chifladura, “idea brillante” de su esposo; pero, para no llegar a discusiones discordantes, consintió, en aras de la convivencia pacífica.
¿Qué harías tú? ¿Te aferrarías a tus posesiones, aunque con estas no encontraste llenar el vacío de tu corazón?, o ¿estarías dispuesto a arriesgar todo para poseer lo de máximo valor, que al poseerlo te da verdadera seguridad y te hace sentir que estás completo?
La perla de gran precio “También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (V. 45 – 46). El valor de una perla varía según el tamaño, color y forma, que componen una variedad inmensa. La elección de la perla preciosa depende del discernimiento del mercader.
Richard Burton, cautivado por la belleza de Elizabeth Taylor, en 1969, compró en una subasta en 37.000 $ USA “la perla peregrina”, la que había pertenecido al monarca español Felipe II, y le ofreció como regalo de bodas, por ser esta una de las perlas más codiciadas del momento.
El mercader busca perlas finas. Algo que vale más de todo lo que se pueda ambicionar, para hacerla de su posesión, como la máxima conquista de su vida.
Este hombre vendió todo y compró lo que más valía. El apóstol Pablo, cuando encontró este tesoro, se expresó así: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3: 7.8). Ante la posesión de la perla de gran precio – encontrar a Cristo – lo que anteriormente nos fascinaba pierde todo brillo y valor, porque la paz y seguridad que sobrepasa todo entendimiento, evidencia haber encontrado lo que siempre deseé tener. Poseyendo esta Joya no me falta nada.
La decisión trascendente que da realización. Pablo añade: “En quien (Cristo) están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. Y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad” (Col. 2: 3, 10). Todas las áreas de la vida quedan enriquecidas al haber hallado esta prenda singular. Entonces, nos asegura el apóstol, en Cristo están completos.
En posesión de tesoros nuevos y viejos. “Jesús les dijo: ¿Habéis entendido todas estas cosas? Ellos respondieron: Sí, Señor. El les dijo: Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” (S. Mateo 13: 51 – 52).
Ahora estamos en posesión de inmensos tesoros, y en un cambio de posición: Somos ricos, sabios y entendidos, y tenemos que abrir nuestra caja de caudales – tesoro – no guardarlo, sino compartirlo. Recibiste de gracia, debes darlo de gracia. Otros necesitan y a ti te sobra. “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mt. 10: 8), es la exhortación de Jesús para el que ha hallado La Perla Gran Precio.
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