jueves, 12 de mayo de 2011

SERÉIS VERDADERAMENTE LIBRES



Aquella venturosa mañana del 15 de mayo de 1811, cuando fueron rotas las cadenas del yugo servil, la dependencia que nos ataba a una nación extranjera llegó a su fin. Nuestros próceres, con el grito  libertario, nos estaban legando el don más preciado del ser humano: ¡La libertad! No más dependencia para resolver nuestros asuntos civiles y políticos. Basta a la expoliación económica y a la alienación cultural – Obligado a sentir, pensar y expresarse según el dominador foráneo –, las que nos inhibían y condenaban a una desvalorización descendente; sin un futuro de proyecciones promisorias, por el sólo hecho de haber abierto los ojos a la luz de la vida  en esta tierra  guaraní. Desde aquel amanecer pudimos sentir el orgullo de haber nacido en este bendito suelo. Con la frente alta podíamos exclamar desde entonces: ¡Soy paraguayo! Nací en una nación libre y soberana. Cuna de hombres valientes, de probada y comprobada competencia, y capaz de desenvolverse libremente en el  ámbito que fuere.

Lamentablemente, hoy nos amenazan otras formas de esclavitudes que tienden a socavar aquella crucial conquista: Las fuerzas perversas ganan terreno, logrando desvirtuar con proclamas sutiles aun nuestros valores morales y cristianos  fundamentales, relativizándolos, o mejor dicho, desvalorizándolos; y aún más, penetrando con fuerza en cuantas  instituciones puedan hacerla. Observamos con preocupación que dichas fuerzas se han convertido en entidades influyentes, de tal modo, que firman convenios a niveles gubernamentales, con el fin de penetrar en las instituciones. Nosotros, los comprometidos con Dios y la sociedad, no podemos permanecer pasivos, sin dar nuestra voz de alarma, y proclamar la libertad verdadera.

 No debemos aceptar que personas esclavas de sus pasiones pervertidas sean insertadas en posiciones claves de poder, con el pretexto de igualdad, respeto y tolerancia en amor (Convivir con las perversidades opuestas con los postulados cristianos, puede ser democracia, pero nunca amor), porque con estas peligran la institución del matrimonio y la familia. Si hoy la Iglesia de Cristo, en vez de tomar una posición firme con acciones concretas ante dichas aberraciones, y se vuelve claudicante, será responsable en el día de mañana cuando sus púlpitos sean invadidos por los infiltrados al “ministerio cristiano”; porque no pocos de ellos ya están reclamando ese derecho, distorsionando el slogan: “Amor, misericordia y gracia”.

“Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Jn.8: 36), reclamó Jesús a los que no podían – no querían – entender su proclama y ofrecimiento de la verdadera libertad. La esencia de la libertad verdadera consiste en la liberación del espíritu; en la reconciliación del hombre con su Creador; en el perdón otorgado al arrepentido; en el poder transformador operado por el Espíritu Santo al que cree en Él; en la gracia dada por Dios para vivir una vida fructífera y victoriosa en unión con Cristo. Es entonces cuando el yugo de la esclavitud y sus consecuencias no tienen efecto, y se hace realidad en nosotros las palabras de Jesús: “Seréis verdaderamente libres”.

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