“Dame, hijo mío, tu corazón, Y miren tus ojos por mis caminos” (Prov. 23:26).
La Biblia nos habla desde el Génesis hasta el Apocalipsis, de un Dios que nos ama y desea ser correspondido con nuestro amor, que nos anhela y está interesado en nosotros, más de lo que nosotros podamos estar de Él.
Este amoroso Padre, que nos ama, y desea todo lo mejor para nosotros, nos lanza una súplica: “Dame, hijo mío tu corazón”. Y una advertencia: “Y miren tus ojos por mis caminos”
¿Por qué esta súplica y advertencia? Porque nuestro corazón precisamente no se inclina por los caminos de Dios.
“He aquí, solamente esto he hallado: Que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones” (Ecl. 7: 29). “Porque de dentro del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez” (Mar. 7: 21 – 23).
“¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? (Stg.4: 5). Él, porque nos ama, anhela tener comunión con nosotros, sin ninguna interferencia de maldad en nuestro corazón. Él es santo, y para habitar en nosotros, quiere nuestro corazón, para que su latir esté en armonía con Su corazón. Porque sólo los de limpio corazón verán a Dios.
¿Qué anhelamos de la persona a quien amamos? Que ese corazón esté latiendo por mí en el mismo ritmo.
La mujer del ejecutivo millonario se quejaba, porque quería sentirse amada, y estar cerca de su esposo, pero él estaba siempre ocupado. Él le decía: “¿Por qué te quejas, si tienes a tu disposición mi billetera, chequera, llave de auto…?”. Ella le responde: “Yo te quiero a ti, y nada de lo que puedas darme me satisface, sino el sentir y estar segura de tu amor. Tener tiempo contigo y escuchar que me quieres…”
“Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mt.22: 35.40). Un Doctor de la Ley, que conocía mentalmente la ley, formuló la pregunta, para tentarle, y de allí surgió la respuesta suprema, de donde se resume toda la ley y mandamientos divino.
Volvemos a la súplica del Señor: ¿Para qué quiere Él nuestro corazón? “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:25-27) Para, con el agua limpia, que representa la sangre de Jesús, limpiar nuestro corazón de toda inmundicia, de todos los ídolos, (Todo lo que ocupa el primer lugar). “Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mat. 6: 21). ¿Qué ocupa el primer lugar en mi corazón?
Para dar corazón nuevo y poner nuevo espíritu dentro de nosotros, el corazón duro, de piedra, cerrado e indiferente al amor de Dios, es removido y reemplazado por un corazón sensible, conforme al corazón de Dios. Y lo más significativo y glorioso: Pone dentro de nosotros Su espíritu, para deleitarnos en Su camino, y con el Espíritu, podemos amar a Dios y al prójimo, porque “El amor de Dios es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro.5:5).
Con Su Espíritu en nosotros, podemos enamorarnos de Dios. Queremos estar junto a Él, Su Palabra es dulce como la miel. No resulta una carga servirle y hasta sacrificarme por Él, porque yo sé que Él me ama, y yo le amo con todo mi corazón y con toda mi alma, y con toda mi mente.
Con ese corazón nuevo, tampoco resulta una carga difícil amar a mi prójimo.
Moisés, viejo y próximo a dejar esta tierra, juntó al pueblo y cantó la grandeza y maravillas del Señor, y al finalizar dijo: “y les dijo: Aplicad vuestro corazón a todas las palabras… manden a sus hijos que anden en ellas… Porque no es cosa vana; es vida y prolongación de días sobre la tierra…” (Dtm. 32: 46 – 47).
Hoy, Jesucristo te pide tu corazón. Él quiere dar a ti, y a tu familia, corazón nuevo, vida, bendiciones y prolongación de días de incomparable gozo.
Él quiere que tu corazón, en cada latido, sienta que está latiendo en armonía con Su corazón. Conectado, en perfecta sintonía con Él.
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