viernes, 29 de abril de 2011

LA AUTORIDAD


 
“Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7: 28 – 29). Una admiración espontánea surgió de la gente, al escuchar a Jesús y sintieron que sus palabras eran diferentes, por la autoridad con la que enseñaba.
Después de tantas divagaciones en tecnicismos, intelectualismos, humanismos, Metodologías, raciocinio, promoción humana…;  aunque estos apunten a lo bueno y positivo, en el campo espiritual sirven sólo como complementos. Son accesorios. La necesidad más imperiosa de hoy es volver al punto de partida, La Fuente: “Cristo, y este crucificado” (1Cor. 2: 1- 2) - La autoridad final.
Toda La Escritura presenta a Jesús como la autoridad final.      Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn.  5: 39); “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos”  (Judas 1: 3).
Podemos conocer todo acerca de Jesús y Las Escrituras, la que tendría apenas un valor relativo, a menos que le conozcamos a Él y experimentemos personalmente el poder de Su Palabra. Hay un mundo de diferencia entre hablar acerca de Jesús y hablar de Jesús; entre hablar acerca de la Palabra y hablar La Palabra; entre predicar acerca del evangelio y predicar el evangelio. Se pueden desarrollar muchos temas con buenos argumentos, aun citando versículos de la Biblia, pero vacíos, sin autoridad, como lo hacían los escribas.
La autoridad del Espíritu Santo. El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6: 63); “Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre, y él les dará otro Consolador para que los acompañe siempre: el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede aceptar porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes sí lo conocen, porque vive con ustedes y estará en ustedes” (Juan 14: 15 – 17 NVI). Notemos que es el Espíritu el que da vida; las palabras sin el Espíritu, se reducen a ese nivel, son apenas palabras. Sólo con el Espíritu en nosotros nuestra vida y servicio se torna viva y poderosa; cuando Éste ejerce Su poder e influencia en nosotros, entonces sí podemos hablar y obrar con autoridad, a través del poder que actúa en nosotros. 
La autoridad de Jesús delegada a sus discípulos.Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa” (Mat. 9: 6); Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mat. 28: 18); “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará” (Luc. 10: 19). La palabra griega euxousia, es traducida al castellano autoridad, potestad. Si estamos en Cristo tenemos potestad delegada por Él para sanar enfermos, reprender demonios y poder sobre toda fuerza del enemigo, sin que nada pueda dañarnos, según las palabras de Jesús.
Autoridad que nos es dada por estar bajo sujeción. Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que estas le mostrará, de modo que vosotros os maravilléis” (Jn. 5: 19 – 20); Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace” (Mt. 8: 9); Someteos unos a otros en el temor de Dios” (Ef. 5: 21). Un aspecto sumamente importante, no siempre aprendido y poco practicado, es entender el principio de la autoridad, la que funciona y tiene eficacia, es cuando yo mismo vivo en sujeción: Jesús vivió en sujeción a Su Padre; sus discípulos nada podían hacer sin estar unidos y sujeto a Jesús; y mucho menos nosotros podemos reclamar autoridad sin haber aprendido la dinámica de los principios divino. Si tengo alguna autoridad, es porque he aprendido a estar bajo autoridad, soy un eslabón de la cadena que conecta el cielo con la tierra.
Conclusión: La autoridad que tengo para funcionar en el servicio, está estrechamente ligada a mi  relación con Jesús.
Depende de mi fidelidad con la revelación de Las Escrituras. Cuando la Palabra se hace carne en mí, por obra del Espíritu Santo a través de Las Escrituras.
Jesucristo me delega Su autoridad, para servirle, en la medida en que he aprendido la sujeción; cuando estoy enyugado con Él y estoy insertado  al Cuerpo, sujeto y ubicado en mi función donde Él me colocó.






miércoles, 27 de abril de 2011

LA SÚPLICA QUE EL CIELO NO RESPONDIÓ


Todos los que amamos al Dios verdadero sabemos que Él responde a nuestras súplicas, más aún cuando nos acercamos al Trono de la Gracia con corazón quebrantado, contrito y humillado, como lo declara el Salmista: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Sal. 51: 17). El escritor a los Hebreos nos insta y alienta, para acercarnos confiadamente a esa única Fuente de Gracia, para alcanzar misericordia y oportuno socorro “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Heb. 4: 16), y nuestra experiencia la corrobora, por los múltiples favores que a diario recibimos.
Paradójicamente, ante la súplica del único santo, justo, en cuya boca nunca hubo engaño, el cielo guardó silencio. Su corazón angustiado por la inminencia del cruento epílogo de la misión  decretada en el Consejo Divino, se postró sobre su rostro, agobiado por la encrucijada, en la agonía, su sudor era como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra, clamando, que si era posible, sea librado del trago amargo de la copa del tormento, de la cruz maldita que con clara conciencia visualizaba.
“Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no como yo quiero, sino como tú” (Mat. 26: 39), era el clamor que no recibió respuesta del cielo; porque, en comunión con el Padre y el Espíritu Santo, Él se había ofrecido voluntariamente  humanarse, y así redimir a sus hermanos cautivos en las manos del enemigo, en cuyo poder estaban atrapados por haber violado todos sin excepción, la justicia divina, la que en modo alguno podía quedar impune. El Dios justo, que con justicia castiga el dolo.
La sentencia divina, el decreto que merecía nuestros delitos, era: Condenación y muerte. Dicha sentencia cayó sobre Jesús-hombre. “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus llagas fuimos nosotros curados” (Is. 53: 5). “Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Col. 2: 14). La justicia de Dios fue satisfecha en la cruz, como único medio de reconciliación con el Padre.
Hoy, por esa muerte sustitutiva, todos los que creen y reciben a Jesucristo, pueden exclamar: Jesús fue castigado en mi lugar; por eso estoy reconciliado con Dios. Soy libre de culpa, ya no hay condenación para mí.

domingo, 24 de abril de 2011

LA VICTORIA DE LA RESURRECCIÓN

 

“El primer día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas. Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día. Entonces ellas se acordaron de sus palabras” (Luc. 24:1-8).

El alboroto de aquella mañana: La noticia propalada por las mujeres; la guardia dispersada; la piedra removida de la tumba sellada; los lienzos y el sudario adentro sin el cuerpo; la mezcla de susto, conmoción, alegría, perplejidad y leve esperanza, en medio de la desesperanza.

¡Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón y a María! Era la proclama del hecho más trascendental ocurrido. Era la consumación de todo lo que Jesús decía ser. La confirmación de todo lo que Él anunció estando en vida. No es sólo un hecho histórico. La resurrección tiene que ver contigo y conmigo. Es algo que nos afecta, porque de ella depende la validez de o falsía de nuestra fe:

1.     La resurrección de Jesús es la prueba concluyente de todo lo que dijo, hizo y pretendía ser. “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”  (Jn. 1: 4) “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, si no que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10: 17-18) - Era la vida – Potestad de poner la vida por sí mismo, y volverla  a tomar.  Es el fundamento y la garantía de nuestra fe, y de la esperanza de resurrección, como nos dice 1Cor. 15: 14: “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe”.

2.     Es la absoluta certificación de Su divinidad proclamada. ¡Blasfemia!  Se hizo Dios, era la Única causa que encontraron sus enemigos para recomendar al imperio Su sentencia de muerte. “Le respondieron los   judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios” (Jn. 10: 33).  “Mas él callaba, y nada respondía. El sumo sacerdote le volvió a preguntar, y le dijo: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Y Jesús le dijo: Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote, rasgando su vestidura, dijo: ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? Habéis oído la blasfemia; ¿qué os parece? Y todos ellos le condenaron, declarándole ser digno de muerte” (Mr. 14: 61- 64).

3.      La reacción de Tomás ante la aparición de Jesús, la confirmación de su fe y la adoración aceptada por Jesús, son signos tangibles de Su divinidad:  “Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! (Jn. 20: 27- 28).

4.     Derecho de señorío: “Porque ninguno de vosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos o que muramos, del Señor somos. Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven” (Rom. 14: 7-9). Con su muerte y resurrección Jesús conquistó el derecho de señorío sobre nuestra vida, aunque por creación era dueño: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Jn. 1: 3), ganó ese derecho.  La muerte era el precio del rescate y la resurrección el del señorío y la justificación, “el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Rom.  4: 25); “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1Cor. 6: 19 – 20).

5.     El poder de la resurrección me identifica con Cristo en su vida, muerte y resurrección.  “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3: 8 – 10). Al estar en Cristo, conocerle y relacionarme interiormente con Él, se hace efectivo en mi vida el poder de su muerte y resurrección, y caminar con Cristo debe ser la ambición suprema del cristiano.  Si me identifico con Cristo, en su resurrección, cambia radicalmente mi perspectiva, prioridades y objetivos de vida.  “Si habéis, pues, resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Col. 3: 1 – 4). Mis objetivos están centrados en los intereses de Cristo, con quien me hallo identificado.

¿Resucitaste con Cristo? ¿Naciste de nuevo? ¿Pasaste de muerte a vida?  ¿Opera en tu vida el poder de Su resurrección, o lo entiendes como un mero hecho histórico, o tradición religiosa?
Ojala podamos decir: ¡Ha resucitado verdaderamente el Señor!
Y yo he resucitado a una nueva vida.


viernes, 22 de abril de 2011

LA VOZ DE LA TUMBA VACÍA



Aquel fatídico viernes, a las tres de la tarde, toda la ciudad de Jerusalén, incluido sus seguidores, estaban seguros que se había cerrado el último capítulo de la historia de un carpintero nazareno, quien había alborotado a toda la nación, cuyos  ecos de sus prodigios y pretensiones mesiánicas habían penetrado en el corazón de las multitudes, y hasta de algunos eruditos, llegando a colmar los límites de la tolerancia religiosa. Según estos, merecía ser condenado a muerte, porque siendo hombre, pretendía ser Dios. “Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios” (S. Juan 10: 33), le espetaban airados.

Aquel viernes, en el Gólgota, parecía que llegaba a su fin las perturbadoras pretensiones de aquel desquiciado y tosco carpintero, quien decía ser el enviado del Padre para redimirnos; sanar nuestras heridas producidas por el pecado; Y, lo más ridículo: Decía ser igual a Dios. Este sonado proceso había culminado. Allá, en el monte calvario, este hombre ahora pendía de una cruz, lo que equivalía al anuncio de que con su muerte  todo se había extinguido, como ocurre con cualquier mortal que lleva consigo a la tumba todo propósito, pretensión y promesa.

 El mentado nazareno había muerto; y con este hecho tangible, lógicamente la esperanza de sus seguidores, quienes expresaron así sus frustraciones y estado de ánimos: “Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido” (S. Lucas 24: 21).

Ese primer día de la semana, muy de mañana, unas mujeres vinieron al sepulcro, y hallaron removida la piedra; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. La tumba estaba vacía. ¡Ya no había porqué buscar entre los muertos al que vive! Porque la muerte estaba vencida. La tumba vacía era la prueba concluyente de su divinidad, además de la confirmación de que todo lo que hacía y decía procedía del Padre.

 La victoria de la resurrección, como una primicia, sacó a luz la inmortalidad y la vida. La luz de esperanza de la vida eterna se encendió en la tumba vacía, y se extiende a todos los que le reciben y se identifican con Jesús en su muerte y resurrección.

La tumba vacía es la voz más evidente que nos habla de victoria y esperanza, que hoy sigue vigente para dar vida y esperanza a una humanidad que cada día se debate en la desesperanza.

¡Nuestro Cristo vive! El no está muerto. Hoy vive en nosotros. Si la unión con Él es real, impartamos esta vida a este mundo que está muerto en sus delitos y pecados.

lunes, 18 de abril de 2011

La Iglesia Confrontada con los Cambios Actuales


Nadie que no esté dispuesto a estancarse podrá obviar los cambios que se dan en este tiempo, los que inexorablemente nos afectan y envuelven con un arrastre arrollador. Los paradigmas culturales, sociales y religiosos de apenas veinte años atrás, para muchos ya prescribieron, ya son historias remotas e ignoradas por una mayoría. Son tan rápidos los vientos de cambios, que aun la extensión de una generación a otra se ha acortado.

El avance tecnológico ha abierto tremendas brechas generacionales: el padre ya no entiende por qué sus hijos tienen nuevas aficiones.  Las nuevas habilidades y gustos que ejercita un joven muchas veces ya no está al alcance ni al gusto de su progenitor. Los intereses se polarizan y las distancias se ahondan, los cuales desembocan en irreconciliables desinteligencias. Un ejemplo tenemos en los ritmos musicales: el que se aferra al ritmo Anglo-Sajón y el que exige coros adaptados a la onda musical de hoy.

Si bien existen asuntos a los que debemos aferrarnos con firmeza, existen otros en los que debemos ser flexibles. Necesitamos luz y tacto divino para discernir qué es un esnobismo nocivo, y en qué tenemos que ser flexibles; y, sobre todo, estar dispuestos a rectificarnos para ponernos al día; o ratificarnos para no ser arrastrados por la vorágine esnobista y desviarnos de La Senda, tan sólo por el afán de seguir los dictados de la moda vigente.

La aplicación del cambio, como la posición firme, implica coraje, sana determinación y predisposición desapasionada. Las costumbres arraigadas en nosotros no se extinguen como ropa de recambio. Llegan a ser parte de nuestra existencia. Despojarnos de ellas no es tarea fácil. No obstante, no hay excusa válida cuando algo tenemos que derribar, considerando que estas se han vuelto un anacronismo. Si no queremos quedar detenidos en el tiempo, debemos predisponernos a enfrentar las exigencias actuales.

En todos los quehaceres existen cosas que ya no pueden funcionar. Por ejemplo: el almacenero de antaño, ubicado detrás de su rústico y descolorido mostrador y su clásica estantería de madera con la variedad de productos ubicados en forma desordenada; su espacio para los borrachitos, quienes exhibían sus innúmeras miserias, reflejadas en sus amoratados rostros y paupérrimas vestimentas, quienes espantaban a los clientes que no llegaban en busca de alcohol. Dicho estilo comercial fue condenado a morir por no haber evolucionado acorde a las exigencias actuales.

Todos los ámbitos, sin excepción, han quedado afectados en una u otra manera por la corriente febril de lo nuevo, lo fresco y lo actual. La esfera eclesial no es la salvedad. Para estar en vigencia, no se puede sustentar las mismas estructuras rígidas, métodos organizacionales de las actividades y formas de cultos que no exhalen frescura y transmitan actualidad.

El contexto donde hoy se desenvuelven las iglesias no son las mismas de las de décadas pasadas. El centro de la sociedad ya no es la iglesia, alrededor del cual se desarrollaban la mayoría de las actividades. La nueva generación ha llegado a conceptuar su esfera de pensar y accionar, de tal modo, que hoy se rigen por paradigmas diferentes, concebido valores opuestos a los tradicionales; a tal punto, que odiosamente resisten la obstinada insistencia de enclaustrarlas en los estrechos moldes de rancias y caducas tradiciones.

Pero estemos atentos que, al dar pasos al “aggiornamento” (puesta al día), debemos entender que, en esencia, el Mensaje Eterno del Evangelio es inmutable, la forma de su presentación no puede alterar su contenido. La Palabra de Dios no puede cambiar; ni necesita del aditivo de “nuevas revelaciones”, porque sus principios y procedencia están delineados y sellados con visos de eternidad.

El propósito del Soberano no está sujeto a los vaivenes de los nuevos conceptos, más aún para los que ya no encuentran diferencia entre lo precioso y lo vil. Tampoco los enfoques deben dejar de centrarse en Dios y en el afán supremo que Él anhela: la reconciliación con el hombre.

No se encuadra con Su propósito la incursión en las marañas de las discusiones politiqueras, ni en las proclamas que alientan exclusivamente a la prosperidad económica y otras similares, las que apuntan esencialmente al cultivo del egoísmo, y no precisamente a glorificar el Nombre de Jesucristo, que, según La Palabra, es – debe ser – nuestro culto racional, el que se ofrece ante el Altar de Su Trono en sumisión y entrega al acatamiento de Su voluntad (Romanos 12: 1).

Si el Espíritu Santo nos da sabiduría en la inteligencia para discernir y escoger entre lo inmutable y lo transitorio, los cambios que apliquemos serán benéficos, renovadores, que nos ayudarán en la difusión, sin tropiezos, de La Palabra de Vida, y así avanzaremos sin acusar el impacto de las afectaciones negativas, sino que la renovada frescura de los cambios nos servirán para enfrentar los nuevos desafíos que se presentan.

Consideremos desapasionadamente esta realidad: Las formas son pasibles de cambios; pero el contenido del Evangelio es inmutable.

viernes, 15 de abril de 2011

SEGURIDAD, PROTECCIÓN Y PROYECCIÓN

 
“Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia. Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, y que comáis pan de dolores; pues que a su amado dará Dios el sueño” (Salmo 127: 1 – 2).
Paradójicamente, este Salmo fue leído por el presidente Kennedy, poco antes de haber recibido los disparos que acabó con su vida: “Si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia…”.
En la ciudad de Dallas, donde el mandatario se desplazaba en un automóvil descapotado, había centinelas apostados en todos los flancos, hasta en los techos. Parecía que la seguridad estaba cubierta, hasta que llegaron los disparos certeros y mortales, que culminó en el triste desenlace.
(V. 2) ¿Por qué no podemos avanzar y proyectarnos, aunque nos esforcemos trabajando y nos privemos de aun las cosas más legítimas?  “A su amado dará el sueño”, es la promesa divina,  sin necesidad de recurrir en las noches de vela, cuando seguimos con el esfuerzo mental, a pastillas somníferas. El no poder conciliar el sueño indica que existe en nuestro interior una causa perturbadora. En cambio, el sueño profundo y placentero es signo de la paz interior, que Jesús da a su amado, que descansa en Él.
Para edificar algo estable que nos proyecte a salir adelante en forma sostenida, se necesita algo más que esfuerzo humano. Lo importante es el respaldo y la seguridad, que viene sólo por nuestra relación con Jesucristo. “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican”, nos advierte la infalible Palabra, en  el verso 1.
“Con sabiduría se edificará la casa, y con prudencia se afirmará” (Prov. 24: 3). La sabiduría es un fruto del Espíritu Santo, del cual está dotado el que está en Cristo; y la prudencia es la parte que nosotros debemos poner para proyectarnos, edificando ladrillo a ladrillo una casa estable y afirmada para llevar a cabo el propósito de Dios en nuestra vida.
Dios mueve Su parte para el que confía en Él, para el que no se mueve, aunque las situaciones sean adversas y parezcan imposibles de vencer. “Los que confían en Jehová son como el monte de Sion, que no se mueve, sino que permanece para siempre. Como Jerusalén tiene montes alrededor de ella, así Jehová está alrededor de su pueblo desde ahora y para siempre. Porque no reposará la vara de la impiedad sobre la heredad de los justos, no sea que extiendan los justos sus manos a la iniquidad” (Sal. 125: 1 - 3).  Esta promesa nos habla de muros, que existen cercos de protección alrededor de sus hijos. ¿Experimentaste alguna vez esto en la realidad? Yo tuve la gracia de comprobarlo, muchas veces, en situaciones de persecución, necesidades económicas, callejones sin salidas… He visto Su mano tendida que suplía lo que no tenía, lo que para mí era imposible.
Dice el Salmo 61: 1 – 4 “Cuando mi corazón desmayare…Estaré seguro bajo la cubierta de tus alas”. ¡Cuántas veces – clama Jesús – quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos  debajo de las alas…! Se debe desear, anhelar la protección. La que está a disposición de los que creen con fe y esperanza sincera, de los que no varían su confianza, ni se amilanan ante los ataques del enemigo.
Suceda lo que suceda, pacientemente espero en el Señor, eso hace que Dios se incline hacia nosotros, y mueva su mano; nos levanta del estado de postración y estancamiento, para pararnos en La Roca firme (Salmo 40:1-3)
Tres puntos importantes que debemos entender:
1-    Cuando no es el tiempo. No podemos dar una bicicleta a un bebe, ni poner un negocio en manos de un adolescente, porque no están preparados. No llegaron a la madurez para manejarlos y sostenerlo.

2-    Necesito aprender primero algo. Sin aprender lo básico; sería inaudito producir un escrito coherente sin haber aprendido las vocales y los consonantes. No podemos embarcarnos en proyectos de gran envergadura sin haber superado escollos pequeños. Esta afección es la enfermedad que aqueja a tantos creyentes modernos. Muchos ni aun conocen todavía Quién es Jesús, pero pretenden dilucidar problemas que solo el Espíritu Santo puede iluminar. “Muchas cosas tengo para decirles, pero ahora no la pueden llevar”, dijo Jesús a sus todavía confundidos e inmaduros discípulos.

3-    Si Él no contesta es porque tiene un plan de mayores proporciones.  Más grande de lo que tú te imaginas. La clave está en saber esperar pacientemente, en el tiempo de Dios, que no actúa al ritmo de nuestra ansiedad. Él, para todas las cosas tiene un cumplimiento del tiempo. No se adelanta ni llega tarde.
El apresuramiento de Abraham, en un momento de debilidad, produjo un Ismael, de cuyas consecuencias surgieron conflictos, que aun en el día de hoy tiene repercusiones. No obstante, su relación con Dios, aunque tuvo retrocesos, se fue equilibrando a través del trato restaurador que El Soberano llevó a cabo para con el patriarca. Tuvo que pasar por procesos de pruebas cruciales, definitorias, y hasta dolorosas. Así maduró su fe. “Él creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia” (Rom. 4: 18).
 La seguridad y protección que Dios le dio le proyectó a este siervo a lo máximo. Jesucristo quiere llevar a cabo con nosotros el desarrollo de este mismo proceso, para proyectarnos a la máxima expresión.







lunes, 11 de abril de 2011

EL NUEVO NACIMIENTO Y SU EFECTO


“Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a donde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3:1-8).
Nicodemo, maestro e intelectual influyente, miembro del Sanedrín judío; inquietado por lo que oyó y vio de Jesús, tal vez para profundizar sus conocimientos, se acercó a Él, de noche, reconociéndole como maestro, indagando sobre el reino de Dios. Jesús fue categórico y tajante en su respuesta. No divagó con respuestas accesorias. Fue directo al grano:
1.     El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios (v 3). Es de suma importancia entender, diferenciar y experimentar el nacimiento espiritual. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn.1:12-13) “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2Cor.5:17). Si no experimentamos el nacimiento espiritual, no podremos ver el reino de Dios. Pero no debemos conformarnos con solo ver el reino de Dios.

2.     El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar… (v 5). ¿Qué significa nacer de agua y del Espíritu? “siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1Ped.1:23). “El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (Stg. 1: 18). “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra” (Ef.5: 25-26). El agua y el Espíritu identificado con La Palabra. Concordando con lo que Jesús proclamó: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Jn.7:38). Es una experiencia interior que nos une a Él en un relacionamiento íntimo y personal.

3.     La figura del viento tipifica el efecto que produce en nuestro estilo de vida. No vemos el viento, pero sí su efecto – Las cosas viejas pasaron…., las Prioridades, actitudes ante las circunstancias, carácter, temperamento, hogar, familia, relaciones… “he aquí todas son hechas nuevas”. Son efectos perceptibles que son notorias en aquel que nació de nuevo.

viernes, 8 de abril de 2011

RELACIONAMIENTO CORRECTO QUE DA SEGURIDAD



“Alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas  de la gloria de su herencia en los santos” (Ef. 1:18).
Cuando Pablo habla del alumbramiento de los ojos de nuestro entendimiento, nos certifica que recibimos, por el Espíritu Santo, la luz en nuestro espíritu y mente para entender (para que sepáis) la amplitud de las riquezas espirituales que tenemos en Cristo, para no vivir en pobreza espiritual, dudas e incertidumbres, sino tengamos seguridad.
1-    Seguridad de que mi Padre me ama. “Yo soy de mi amado, y mi amado es mío” (Cnt. 6: 3). No puedo tener duda que Papá Dios me ama y me acepta como soy. Este entendimiento me libera de toda incertidumbre, y mantiene firme mi relación. Me da seguridad, confianza y cobertura, según la promesa de bendición, en Dt. 33:12: “El amado de Jehová habitará confiado cerca de él; lo cubrirá siempre, y entre sus hombros morará”.

2-    Seguridad en tiempos de conflictos y padecimientos “Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2Tim. 1: 12). Es en estas circunstancias cuando nos acosan las dudas y afloran en nuestra mente las incertidumbres: ¿Será que…? No entiendo cómo pudo permitir… “Yo sé a quién he creído, y estoy seguro…”, dice Pablo, desde su lugar de reclusión.  

3-    Seguridad de mi destino eterno. En Juan 5: 24, el verbo “tener” está en tiempo presente imperativo, así como el verbo “pasar” – ha pasado. “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Jn 5:24). Terminó la culpabilidad,  la condenación y temor a la muerte. Y en 1Jn. 5: 13, el apóstol nos corrobora, para que tengamos plena seguridad y sepamos lo que somos y tenemos como hijo de Dios. “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Jn 5:13).                   
                                                                   
La seguridad es el primer eslabón en la cadena de bendiciones que Dios nos da, en la aventura que hemos emprendido  para proseguir la carrera  que hemos emprendido al recibir a Cristo.



martes, 5 de abril de 2011

EL PROCESO DE DIOS PARA LLEVAR A CABO UN PROPÓSITO

“En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! Que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado. Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. Y dijo: Anda, y dí a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis”  (Isaías 6: 1 – 9).

INTRODUCCIÓN: Esta  meditación fue desarrollada, masticada y digerida entre un grupo de pastores, donde se enfocó la necesidad de que todo el pueblo de Dios necesita entender el proceso que Dios utiliza para llevar a cabo Su propósito, sea éste en el plano personal, o en la marcha de Su Iglesia.

1.  CARGA  POR LA SITUACIÓN DEL PUEBLO.
(V. 1) “En el año que murió el rey Uzías”. Buen rey, bendecido y prosperado en todas las áreas de su vida. Sin embargo, cuando se hizo poderoso, su corazón se enalteció, para su ruina: Sus últimos días vivió aislado por el estigma de la lepra. Aunque él vio la mano de Jehová a través de grandes victorias y la realización de grandes obras. También el pueblo se desenfrenó, practicando groseras idolatrías, a más de apoyarse en ejércitos extraños, las que ofendían a Jehová de los ejércitos. Turbado por estos acontecimientos estaba en el templo, a la búsqueda del rostro de Dios, de una respuesta que viniera del Todopoderoso. Su experiencia puede servirnos hoy para entender la manera de cómo actúa Dios para llevar a cabo Su propósito.


2. BÚSQUEDA Y RESPUESTA. MANIFESTACIÓN DE SU PRESENCIA.
(V. 1 – 4) Ante todo, la búsqueda de un siervo verdadero conduce a una visión clara de la gloria de Dios, con temor y reverencia; humildad ante la manifestación de Su Presencia, cuya Majestad nos mueve, sacude y postra en sumisión ante Su Soberanía. Sin dicha Presencia nada tiene sentido, porque sólo Ésta nos da la visión del Trono Alto y Sublime: El Ser  trascendente que controla, domina y cubre con su manto de Omnipresencia y poder todas las áreas del quehacer humano (las orlas distintivas de Su manto llenaba el templo). Trono de gloria que es digno de adorar; De gobierno que nos indica sometimiento; De gracia para acercarnos confiadamente para hallar el oportuno socorro.

Para transmitir a otros los propósitos de Dios, es requisito indispensable haber tenido un encuentro con Él, mantener un relacionamiento correcto, comunión íntima, experiencia real de Su poder y absoluta sumisión a Su voluntad.

3. REACCION: HUMILLACIÓN Y TEMOR ANTE LA PRESENCIA DE DIOS.
(V. 5) ¡Ay de mí! En el Cap. 5, los versos 8 al 22, nos habla de seis clamores de ¡ay! sobre la maldad del pueblo, pronunciada para otros. Luego, ante tan sublime experiencia, con Quien tiene ojos como llamas de fuego, el ¡ay! ahora lo traslada para él: “¡AY DE MÍ!”, era su expresión ante el resplandor de tanta Gloria y magnificencia.
Aún las partículas más diminutas se descubren ante la presencia de la nitidez de la luz. Es así cuando La Luz verdadera, que vino a este mundo alumbra los ojos de nuestro entendimiento. Cuando no hay presencia todo se minimiza, relativiza, por ende no hay temor, porque las conciencias están adormecidas por el señor de este mundo.
Isaías, cuando sus ojos han visto al Rey, Jehová de los ejércitos, asume culpabilidades que, tal vez, antes de este encuentro no lo haría. Por el Espíritu entendió que no estaba exento de responsabilidad por la desviación del pueblo, del cual formaba parte. Admitió ser inmundos de labios, como lo era el pueblo.

Dicha actitud libera de la autosuficiencia, despoja de la arrogancia y hace que seamos siervos que no necesitamos actuar detrás de falsas fachadas, aborrecidas por Dios y los hombres, porque no reflejan el carácter de Cristo y la pureza del Evangelio.
Sólo hay temor y humillación ante la majestad de Su Presencia.

4. FUENTE DE LIBERACIÓN DE CULPA Y PECADO
El fuego purificador, el carbón encendido tomado del altar de los sacrificios es el que quitó la culpa y limpió el pecado.
Este fuego del altar debía arder continuamente; no debía apagarse. “El fuego arderá continuamente en el altar; no se apagará” (Lev. 6: 13).  En La Iglesia de Jesucristo, el Fuego de Su Presencia debe arder permanente y perpetuamente.  No las ráfagas de manifestaciones, muchas de ellas espurias y extrañas, con lo que hoy el enemigo imitador entretiene a los inconstantes.

El fuego del altar era un fuego encendido por Dios. “Y salió fuego de delante de Jehová, y consumió el holocausto con las grosuras sobre el altar; y viéndolo todo el pueblo, alabaron, y se postraron sobre sus rostros” (Lev. 9: 24).
En Levítico 10: 1-2, habla de un fuego extraño, que Él nunca mandó; que  no viene de Su presencia y es causal de juicio. “Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová” (Lev. 10:1-2).
El Altar de sacrificio, único y verdadero, donde se ofreció Cristo, derramando Su propia sangre para quitar nuestra culpa, y hacernos aptos para servir al Dios vivo. “Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Heb. 10: 11-12); “Tenemos un altar, del cual no tienen derecho de comer los que sirven al tabernáculo. Porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio; porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir. Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrifico de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre” (Heb. 13: 10-15).

5. CORAZON LISTO PARA OIR LA VOZ DE DIOS
(V. 8) “Después oí la voz del Señor”: Cuando Él culmina en nosotros el proceso, nuestro corazón está preparado. Es sensible a Su voz.
Estamos listos para que Él nos envíe a cumplir Su Propósito. Emprender la comisión – que no se trata de nuestro proyecto personal, perseguir éxitos, ni aún sueños... “HEME AQUÍ”, es la expresión del que pasó el proceso divino.
Estoy preparado, disponible para lo que Él quiera encomendarme.

6. ENCOMIENDA, COMISIÓN QUE APUNTA A SU PROPÓSITO
(V. 9) “Y dijo: Anda, y dí a este pueblo...”
Aunque parezca muy ingrato, Isaías tenía que ser portador de un mensaje negativo. No precisamente lo que la gente quería oír.
(V. 11) ¿Hasta cuándo, Señor?, reaccionó. Hasta desarraigar todo mal, para edificar lo que es de Él. Nada debía de quedar. “Hasta que la tierra esté hecha un desierto”, era la orden del Soberano.
No obstante, según el verso 13, todavía  queda el tronco, para el rebrote de la simiente santa, la verdadera.
Es la Gracia que trae la buena noticia de la esperanza verdadera; de las Buenas Nuevas que sana las heridas, venda los corazones quebrantados, libera, quita la opresión del enemigo. Donde el yugo se pudre por causa de la unción de Sus ministros que son como llamas de fuego.

Todos los que nos llamamos hijos de Dios, los que nos preciamos de siervos, o el título que ostentemos, necesitamos pasar por este proceso, porque sólo así seremos portavoces de Dios, que anunciaremos lo que Él nos manda decir para esta generación.



viernes, 1 de abril de 2011

USTEDES SON LA SAL DE LA TIERRA

“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombre” (Mt. 5: 13).

Al estar en Cristo, cuando Él habita en nosotros por la fe, hemos entrado en pacto con Dios. La  Biblia dice que hemos nacido de nuevo. Somos nueva criatura. Somos reconciliados con el Padre, porque Jesús pagó  el precio del rescate de nuestra alma, para que entremos en una nueva relación con Él. Tenemos una nueva posición (hijos de Dios); recién entonces la vida tuvo propósito, sentido y razón de existir en la tierra, porque, por gracia, podemos representar a Jesucristo. He aquí una de nuestras funciones preponderantes, especificada en La Palabra:

EL CRISTIANO CUMPLE LA FUNCIÓN DE SER SAL DE LA TIERRA.
Cuando el  soldado romano partía para la guerra, uno de los pertrechos más importante que recibía, era su ración de sal.
La sal es de vital importancia en la alimentación (cloruro de sodio).
Para sazonar, dar sabor, es antiséptico y para preservar alimentos.
“Y sazonarás con sal toda ofrenda que presentes, y no harás que falte jamás de tu ofrenda la sal del pacto de tu Dios; en toda ofrenda tuya ofrecerás sal” (Lev. 2: 13). En  el Antiguo Testamento, toda ofrenda presentada y sazonada con sal, constituía señal de pacto.

Lo ofrecido a Dios no debe ser a la ligera ni con liviandad, sino con reverencia y espíritu de adoración, por lo que Él es y significa. Nosotros estamos en pacto. Ofrezcamos sacrificio vivo, de entrega voluntaria: Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios”  (Rom. 12: 1 -NVI).


¿Qué función nos asignó Jesús al decirnos USTEDES SON LA SAL DE LA TIERRA?

1.     SAZONAR. Una comida sin condimento de la sal, por más buenos componentes que tenga, es desabrida, no tiene el sabor requerido por el sentido del gusto y ni da satisfacción al paladar. La vida sin Cristo es vacía, desabrida,  incompleta, sin sentido ni satisfacción.
Sin haber resuelto el problema existencial, cuando  uno puede existir sin ser, llega a constituirse en uno de nuestros grandes dilemas: ¿Para qué existo? Puede que alguien esté bien dotado y sea exitoso en ciertas áreas del quehacer humano, pero todavía no tener resuelto lo primordial: existir con convicciones fluctuantes y conciencia ambivalente; no encuentra el Camino y sus pasos son vacilantes y sin rumbo, con metas indefinidas.

La expresión de Pablo contrasta con lo mencionado y resalta por la absoluta seguridad: “Sé en quién he creído”, sólo alguien que encontró la vida y sabe dónde se dirige, puede decir estas palabras:
“Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire” (1Cor. 9: 26). Corro no como a la ventura, no como quien golpea el aire...
Al conocer a Jesucristo, la sazón, el condimento que le faltaba saturó la vida de este hombre dotado con tanta inteligencia. Fortalecido en su hombre interior por el Espíritu, luchó denodadamente hasta el fin, y terminó con gozo su carrera.

Podemos llegar a  tener todo, talento, éxito, dinero..., sin haber encontrado la sazón, el condimento esencial que completa al ser, y así poder  decir como Pablo: “Estoy completo en Cristo” (Col.2:10)

2.     DAR SABOR. La carne más exquisita; el asado más jugoso, cuando le falta la  sal carece de sabor.  La vida tiene sus sinsabores. Nadie está exento de tragos amargos, decepciones, tristeza, y enfrentar días grises, cuando necesitamos de una mano amiga; un asidero seguro para superar la contingencia y afirmar nuestros pasos.

Existen momentos cuando las palabras suenan huecas y sin sentido, como las que oyó Job de supuestos amigos:“He aquí que todos lo habéis visto; ¿Por qué, pues, os habéis hecho tan enteramente vanos? (Job 27: 12). La diferencia está en la manera que decimos y encaramos la situación. “He aquí, estas cosas son sólo los bordes de sus caminos; ¡Y cuán leve es el susurro que hemos oído de él! Pero el trueno de su poder, ¿quién lo puede comprender? (Job 26:14), responde a amigos que vinieron para condolerse de su desgracia, quienes con sus sermones acusatorios e inoportunos, lo único que lograron es  acrecentar el dolor que  abrumaba al afligido Job.

Vivimos en un ámbito de constantes  conflictos y tensiones que nos acosan por todos los flancos. Los noticieros difunden atrocidades, salvajismo, donde se destaca la involución del hombre en su fuero interno y muy poco signo de evolución, como propone una teoría. Es entonces cuando el cristiano, como nunca, debe ejercer su función de ser sal.  “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis como debéis responder a cada uno” (Col. 4: 6).  El que está en Cristo da sabor a la vida en medio de la desabrida y degradada existencia.
Irradia paz. La alegría que irradia el que asume su función, da sabor al ambiente más lúgubre y comunica lo que hoy escasea en nuestro medio: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn. 14: 27). “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16: 33).  Mi paz os doy...Para que en mí tengáis paz.... “Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos” (Col. 3: 15). La meta de Jesús para nosotros, es: hasta que “la paz de Dios gobierne nuestro corazón” (Col. 3: 15).

3.     PARA PRESERVACIÓN. La sal preserva alimentos de la descomposición. Cuando arrecia la corrupción y la tendencia  del ambiente se inclina hacia las perversidades, Dios cuenta siempre con algún preservador de vida, tiene a un José: “Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros” (Gn. 45: 5). José preservó la descendencia, guardó la moral y libró a una generación de una debacle alimentaria.

El tejido de la sociedad se corrompería completamente sin la sal que emana de los que están unidos a Cristo. El desenfreno de los instintos llegaría a límites insospechados, si no hubiera quien los detiene. Los tiempos que preceden a la segunda venida de Cristo, según la Biblia, estará caracterizada  por maldades extremas, sólo hay algo que lo detiene para que la sociedad no se corrompa completamente: “Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios. ¿No os acordáis que cuando yo estaba todavía con vosotros, os decía esto? Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se manifieste. Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida” (2Ts. 2: 3 – 8).

 ¿Dimensionamos LO TRASCENDENTAL de nuestra función?: Preservar al mundo de la total corrupción, hasta  que Jesucristo venga para arrebatar a Su Iglesia.

TU TIENES UN PROPÓSITO. No corres a la ventura, como quien hiere el aire. Como sal estás para sazonar la vida de otros, dar sabor y preservar la vida en un mundo que agoniza por la corrupción.