“Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mateo 7: 28 – 29). Una admiración espontánea surgió de la gente, al escuchar a Jesús y sintieron que sus palabras eran diferentes, por la autoridad con la que enseñaba.
Después de tantas divagaciones en tecnicismos, intelectualismos, humanismos, Metodologías, raciocinio, promoción humana…; aunque estos apunten a lo bueno y positivo, en el campo espiritual sirven sólo como complementos. Son accesorios. La necesidad más imperiosa de hoy es volver al punto de partida, La Fuente: “Cristo, y este crucificado” (1Cor. 2: 1- 2) - La autoridad final.
Toda La Escritura presenta a Jesús como la autoridad final. “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn. 5: 39); “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 1: 3).
Podemos conocer todo acerca de Jesús y Las Escrituras, la que tendría apenas un valor relativo, a menos que le conozcamos a Él y experimentemos personalmente el poder de Su Palabra. Hay un mundo de diferencia entre hablar acerca de Jesús y hablar de Jesús; entre hablar acerca de la Palabra y hablar La Palabra; entre predicar acerca del evangelio y predicar el evangelio. Se pueden desarrollar muchos temas con buenos argumentos, aun citando versículos de la Biblia, pero vacíos, sin autoridad, como lo hacían los escribas.
La autoridad del Espíritu Santo. “El Espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6: 63); “Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre, y él les dará otro Consolador para que los acompañe siempre: el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede aceptar porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes sí lo conocen, porque vive con ustedes y estará en ustedes” (Juan 14: 15 – 17 NVI). Notemos que es el Espíritu el que da vida; las palabras sin el Espíritu, se reducen a ese nivel, son apenas palabras. Sólo con el Espíritu en nosotros nuestra vida y servicio se torna viva y poderosa; cuando Éste ejerce Su poder e influencia en nosotros, entonces sí podemos hablar y obrar con autoridad, a través del poder que actúa en nosotros.
La autoridad de Jesús delegada a sus discípulos. “Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa” (Mat. 9: 6); “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mat. 28: 18); “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará” (Luc. 10: 19). La palabra griega euxousia, es traducida al castellano autoridad, potestad. Si estamos en Cristo tenemos potestad delegada por Él para sanar enfermos, reprender demonios y poder sobre toda fuerza del enemigo, sin que nada pueda dañarnos, según las palabras de Jesús.
Autoridad que nos es dada por estar bajo sujeción. “Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que estas le mostrará, de modo que vosotros os maravilléis” (Jn. 5: 19 – 20); “Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace” (Mt. 8: 9); “Someteos unos a otros en el temor de Dios” (Ef. 5: 21). Un aspecto sumamente importante, no siempre aprendido y poco practicado, es entender el principio de la autoridad, la que funciona y tiene eficacia, es cuando yo mismo vivo en sujeción: Jesús vivió en sujeción a Su Padre; sus discípulos nada podían hacer sin estar unidos y sujeto a Jesús; y mucho menos nosotros podemos reclamar autoridad sin haber aprendido la dinámica de los principios divino. Si tengo alguna autoridad, es porque he aprendido a estar bajo autoridad, soy un eslabón de la cadena que conecta el cielo con la tierra.
Conclusión: La autoridad que tengo para funcionar en el servicio, está estrechamente ligada a mi relación con Jesús.
Depende de mi fidelidad con la revelación de Las Escrituras. Cuando la Palabra se hace carne en mí, por obra del Espíritu Santo a través de Las Escrituras.
Jesucristo me delega Su autoridad, para servirle, en la medida en que he aprendido la sujeción; cuando estoy enyugado con Él y estoy insertado al Cuerpo, sujeto y ubicado en mi función donde Él me colocó.