“El primer día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas. Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día. Entonces ellas se acordaron de sus palabras” (Luc. 24:1-8).
El alboroto de aquella mañana: La noticia propalada por las mujeres; la guardia dispersada; la piedra removida de la tumba sellada; los lienzos y el sudario adentro sin el cuerpo; la mezcla de susto, conmoción, alegría, perplejidad y leve esperanza, en medio de la desesperanza.
¡Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón y a María! Era la proclama del hecho más trascendental ocurrido. Era la consumación de todo lo que Jesús decía ser. La confirmación de todo lo que Él anunció estando en vida. No es sólo un hecho histórico. La resurrección tiene que ver contigo y conmigo. Es algo que nos afecta, porque de ella depende la validez de o falsía de nuestra fe:
1. La resurrección de Jesús es la prueba concluyente de todo lo que dijo, hizo y pretendía ser. “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Jn. 1: 4) “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, si no que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10: 17-18) - Era la vida – Potestad de poner la vida por sí mismo, y volverla a tomar. Es el fundamento y la garantía de nuestra fe, y de la esperanza de resurrección, como nos dice 1Cor. 15: 14: “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe”.
2. Es la absoluta certificación de Su divinidad proclamada. ¡Blasfemia! Se hizo Dios, era la Única causa que encontraron sus enemigos para recomendar al imperio Su sentencia de muerte. “Le respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios” (Jn. 10: 33). “Mas él callaba, y nada respondía. El sumo sacerdote le volvió a preguntar, y le dijo: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Y Jesús le dijo: Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote, rasgando su vestidura, dijo: ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? Habéis oído la blasfemia; ¿qué os parece? Y todos ellos le condenaron, declarándole ser digno de muerte” (Mr. 14: 61- 64).
3. La reacción de Tomás ante la aparición de Jesús, la confirmación de su fe y la adoración aceptada por Jesús, son signos tangibles de Su divinidad: “Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! (Jn. 20: 27- 28).
4. Derecho de señorío: “Porque ninguno de vosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos o que muramos, del Señor somos. Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven” (Rom. 14: 7-9). Con su muerte y resurrección Jesús conquistó el derecho de señorío sobre nuestra vida, aunque por creación era dueño: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Jn. 1: 3), ganó ese derecho. La muerte era el precio del rescate y la resurrección el del señorío y la justificación, “el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Rom. 4: 25); “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1Cor. 6: 19 – 20).
5. El poder de la resurrección me identifica con Cristo en su vida, muerte y resurrección. “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3: 8 – 10). Al estar en Cristo, conocerle y relacionarme interiormente con Él, se hace efectivo en mi vida el poder de su muerte y resurrección, y caminar con Cristo debe ser la ambición suprema del cristiano. Si me identifico con Cristo, en su resurrección, cambia radicalmente mi perspectiva, prioridades y objetivos de vida. “Si habéis, pues, resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Col. 3: 1 – 4). Mis objetivos están centrados en los intereses de Cristo, con quien me hallo identificado.
¿Resucitaste con Cristo? ¿Naciste de nuevo? ¿Pasaste de muerte a vida? ¿Opera en tu vida el poder de Su resurrección, o lo entiendes como un mero hecho histórico, o tradición religiosa?
Ojala podamos decir: ¡Ha resucitado verdaderamente el Señor!
Y yo he resucitado a una nueva vida.
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