“En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! Que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado. Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. Y dijo: Anda, y dí a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis” (Isaías 6: 1 – 9).
INTRODUCCIÓN: Esta meditación fue desarrollada, masticada y digerida entre un grupo de pastores, donde se enfocó la necesidad de que todo el pueblo de Dios necesita entender el proceso que Dios utiliza para llevar a cabo Su propósito, sea éste en el plano personal, o en la marcha de Su Iglesia.
1. CARGA POR LA SITUACIÓN DEL PUEBLO.
(V. 1) “En el año que murió el rey Uzías”. Buen rey, bendecido y prosperado en todas las áreas de su vida. Sin embargo, cuando se hizo poderoso, su corazón se enalteció, para su ruina: Sus últimos días vivió aislado por el estigma de la lepra. Aunque él vio la mano de Jehová a través de grandes victorias y la realización de grandes obras. También el pueblo se desenfrenó, practicando groseras idolatrías, a más de apoyarse en ejércitos extraños, las que ofendían a Jehová de los ejércitos. Turbado por estos acontecimientos estaba en el templo, a la búsqueda del rostro de Dios, de una respuesta que viniera del Todopoderoso. Su experiencia puede servirnos hoy para entender la manera de cómo actúa Dios para llevar a cabo Su propósito.
2. BÚSQUEDA Y RESPUESTA. MANIFESTACIÓN DE SU PRESENCIA.
(V. 1 – 4) Ante todo, la búsqueda de un siervo verdadero conduce a una visión clara de la gloria de Dios, con temor y reverencia; humildad ante la manifestación de Su Presencia, cuya Majestad nos mueve, sacude y postra en sumisión ante Su Soberanía. Sin dicha Presencia nada tiene sentido, porque sólo Ésta nos da la visión del Trono Alto y Sublime: El Ser trascendente que controla, domina y cubre con su manto de Omnipresencia y poder todas las áreas del quehacer humano (las orlas distintivas de Su manto llenaba el templo). Trono de gloria que es digno de adorar; De gobierno que nos indica sometimiento; De gracia para acercarnos confiadamente para hallar el oportuno socorro.
Para transmitir a otros los propósitos de Dios, es requisito indispensable haber tenido un encuentro con Él, mantener un relacionamiento correcto, comunión íntima, experiencia real de Su poder y absoluta sumisión a Su voluntad.
3. REACCION: HUMILLACIÓN Y TEMOR ANTE LA PRESENCIA DE DIOS.
(V. 5) ¡Ay de mí! En el Cap. 5, los versos 8 al 22, nos habla de seis clamores de ¡ay! sobre la maldad del pueblo, pronunciada para otros. Luego, ante tan sublime experiencia, con Quien tiene ojos como llamas de fuego, el ¡ay! ahora lo traslada para él: “¡AY DE MÍ!”, era su expresión ante el resplandor de tanta Gloria y magnificencia.
Aún las partículas más diminutas se descubren ante la presencia de la nitidez de la luz. Es así cuando La Luz verdadera, que vino a este mundo alumbra los ojos de nuestro entendimiento. Cuando no hay presencia todo se minimiza, relativiza, por ende no hay temor, porque las conciencias están adormecidas por el señor de este mundo.
Isaías, cuando sus ojos han visto al Rey, Jehová de los ejércitos, asume culpabilidades que, tal vez, antes de este encuentro no lo haría. Por el Espíritu entendió que no estaba exento de responsabilidad por la desviación del pueblo, del cual formaba parte. Admitió ser inmundos de labios, como lo era el pueblo.
Dicha actitud libera de la autosuficiencia, despoja de la arrogancia y hace que seamos siervos que no necesitamos actuar detrás de falsas fachadas, aborrecidas por Dios y los hombres, porque no reflejan el carácter de Cristo y la pureza del Evangelio.
Sólo hay temor y humillación ante la majestad de Su Presencia.
4. FUENTE DE LIBERACIÓN DE CULPA Y PECADO
El fuego purificador, el carbón encendido tomado del altar de los sacrificios es el que quitó la culpa y limpió el pecado.
Este fuego del altar debía arder continuamente; no debía apagarse. “El fuego arderá continuamente en el altar; no se apagará” (Lev. 6: 13). En La Iglesia de Jesucristo, el Fuego de Su Presencia debe arder permanente y perpetuamente. No las ráfagas de manifestaciones, muchas de ellas espurias y extrañas, con lo que hoy el enemigo imitador entretiene a los inconstantes.
El fuego del altar era un fuego encendido por Dios. “Y salió fuego de delante de Jehová, y consumió el holocausto con las grosuras sobre el altar; y viéndolo todo el pueblo, alabaron, y se postraron sobre sus rostros” (Lev. 9: 24).
En Levítico 10: 1-2, habla de un fuego extraño, que Él nunca mandó; que no viene de Su presencia y es causal de juicio. “Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó. Y salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y murieron delante de Jehová” (Lev. 10:1-2).
El Altar de sacrificio, único y verdadero, donde se ofreció Cristo, derramando Su propia sangre para quitar nuestra culpa, y hacernos aptos para servir al Dios vivo. “Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Heb. 10: 11-12); “Tenemos un altar, del cual no tienen derecho de comer los que sirven al tabernáculo. Porque los cuerpos de aquellos animales cuya sangre a causa del pecado es introducida en el santuario por el sumo sacerdote, son quemados fuera del campamento. Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio; porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir. Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrifico de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre” (Heb. 13: 10-15).
5. CORAZON LISTO PARA OIR LA VOZ DE DIOS
(V. 8) “Después oí la voz del Señor”: Cuando Él culmina en nosotros el proceso, nuestro corazón está preparado. Es sensible a Su voz.
Estamos listos para que Él nos envíe a cumplir Su Propósito. Emprender la comisión – que no se trata de nuestro proyecto personal, perseguir éxitos, ni aún sueños... “HEME AQUÍ”, es la expresión del que pasó el proceso divino.
Estoy preparado, disponible para lo que Él quiera encomendarme.
6. ENCOMIENDA, COMISIÓN QUE APUNTA A SU PROPÓSITO
(V. 9) “Y dijo: Anda, y dí a este pueblo...”
Aunque parezca muy ingrato, Isaías tenía que ser portador de un mensaje negativo. No precisamente lo que la gente quería oír.
(V. 11) ¿Hasta cuándo, Señor?, reaccionó. Hasta desarraigar todo mal, para edificar lo que es de Él. Nada debía de quedar. “Hasta que la tierra esté hecha un desierto”, era la orden del Soberano.
No obstante, según el verso 13, todavía queda el tronco, para el rebrote de la simiente santa, la verdadera.
Es la Gracia que trae la buena noticia de la esperanza verdadera; de las Buenas Nuevas que sana las heridas, venda los corazones quebrantados, libera, quita la opresión del enemigo. Donde el yugo se pudre por causa de la unción de Sus ministros que son como llamas de fuego.
Todos los que nos llamamos hijos de Dios, los que nos preciamos de siervos, o el título que ostentemos, necesitamos pasar por este proceso, porque sólo así seremos portavoces de Dios, que anunciaremos lo que Él nos manda decir para esta generación.
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